"ELLA SE QUITA LA VIDA A DIARIO, NO SÉ POR QUÉ"
4.- El Espejo.
Por Nixita Vega
El Espejo.
Sola. Ella y su espejo. Una botella de ginebra y una cuchilla “Guillette”, de esas que se usaban para borrar los fallos de los planos hechos a tinta.
Guardaba varias desde hacía años. Las robaba del estudio de su padre y las había utilizado en más de una ocasión. Tenía un pulso envidiable. No temblaba ante nada. Examinaba y corregía las láminas de dibujo técnico de sus compañeros justo antes de cualquier entrega. Era conocida por su exagerado perfeccionismo. Nunca pedía nada a cambio. Era una forma de llegar a sentirse útil.
Esto era solo una pequeña muestra de su día a día. Controlaba cada paso que daba. Lloraba a escondidas. Su vulnerabilidad ante el mundo era apabullante. Nadie sabía nada. Nadie la conocía realmente.
Una tarde la vi. Iba apoyándose en la pared mientras caminaba. Era una tarde lluviosa y el paraguas ocultaba su cara. Sus, cada vez más, escuálidas piernas la delataban. Yo, que la seguía de cerca, la identificaba a leguas. Alguna vez intenté acercarme. No hubo forma. Así que me limité a ser simple espectadora.

Para mí era pura sabiduría y perfección. Para ella era pura infelicidad.
Y llegó el día, en el que mientras contemplaba su imagen distorsionada, de un puñetazo, rompió el espejo y su reflejo. Bebió de la botella mientras, de su brazo derecho, brotaban chorros de sangre. Miró la cuchilla y se le escapó una carcajada. La rodeaban cientos de pedazos de cristales rotos.
¿Existiendo cristales y espejos que romper, para qué utilizar cuchillas?
Desgraciadamente, ella no necesitaba de nada para borrar fallos, pues no podía borrarse a sí misma.
De manera sigilosa, comenzó a recoger trozos de cristales rotos. Lo hacía de manera ordenada, de menor a mayor. A medida que iba retirándolos, cortaba un pequeño trozo de su piel. Un trozo que consideraba sobrante.
Empezó por sus pies, cortando las durezas que tanto le molestaban. Siguió por sus piernas, que despedazó por completo. Pasó por alto sus brazos y, directamente, fue hacia su cara. Definió a consciencia cada rasgo. Cada arruga quedó subrayada por un tajante corte. Auguraba un final previsto. Había estudiado el último corte con verdadera devoción. No podía fallar.
Intentaba seguir bebiendo mientras su rostro ardía de dolor por la mezcla de lágrimas y heridas. Se miró ambos brazos. Daba igual si derecho o izquierdo, en el momento que cortase iba a caer desplomada. Una milésima de segundo le bastó para decidirse y dejar así su cuerpo, lleno de fallos definidos. Como un paisaje tosco, abrupto, inhóspito.

Un cuerpo más. Una persona más. Una imbécil más que había pretendido lo inalcanzable.
Desde entonces ando algo desnivelada. Quizás porque ella era yo o yo era ella.
Desde entonces me doy miedo. Aunque creo que ya me lo daba antes.